lunes, 4 de febrero de 2008

Partido Parejo


29-01-08
A las diez menos veinte de la noche Riki abrió la puerta de calle y asomó su cuerpo. Miró para los costados, para arriba, me hizo una seña para que acerque unos metros el auto, y salió. En una de sus manos traía un paraguas de mujer, deteriorado y florido. En dos o tres movimientos se metió en el auto. Unos minutos antes me había mandado un mensaje de texto que decía: “caen chinos de rodillas, ya voy”. No sé si era para tanto pero la lluvia era torrencial. No se veía a dos metros de distancia y dos ríos de agua corrían contra ambas veredas.
- ¿Se jugará el partido?
- No sé. Igual ya estamos jugados.
Durante todo el camino, desde Belgrano hasta Boedo, el agua cayó a baldazos.
Cuando llegamos, desde adentro del auto, se lo veía a Marce, y a algunos mas, parados en el circulo central de la canchita, charlando, fumando. Había más gente, un par de mayores y algunos nenes, sentados en las gradas, dando vueltas. El Tío, y otro hombre de mantenimiento al que no le conocemos el nombre pero si la cara, abrieron una alcantarrila tamaño gigante que había a un costado, y con la ayuda de dos secadores de piso enormes empezaron a sacar el agua que se había amontonado a montones sobre todo el largo de la cancha, contra la pared que del otro lado de la calle. Saludamos a los chicos: Peyo, el flaquito de Mataderos, Nico –con la diez de River- y su cuñado –un zurdo exquisito- , ambos pateando la redonda, descalzos, Marce, Peri –el putañero, como lo bautizó alguien-, con la número tres de Mareque, del rojo de Avellaneda. Al rato llegaron el Chacho, bostero, Diego –vestido de pies a cabeza con los colores de Velez- y Seba –cuervo, aunque de perfil bajo-.
- ¿Se juega?
- Por supuesto –al Tio le faltan algunos dientes del comedor y tiene más fútbol encima que el Bambino Veira-, mirá como te dejamos la canchita…

Nos cambiamos. Hicimos unos movimientos de entrada en calor mientras se armaban los equipos que, finalmente, quedaron así:
Equipo que jugó en el arco del lado del bar:
Seba
Diego
Marce
Matu
Riki

El otro equipo:
Nico
Cuñado de Nico –el zurdo-
Peyo
Chacho
Peri –Mareque-

Me prendí un chistoso, fumé un par de secas, lo ofrecí, nadie quiso, y lo guardé en el bolso.
El partido:
pasa en casi todos los partidos de fútbol chico, cinco, de salón, o como se llame: si los equipos están parejos, es un rato para cada uno. La diferencia final la hará aquel equipo que más corra, o que mejor aproveche su momento de gol.
Los primeros quince minutos sirvieron para calentar las piernas, tirar los primeros cambios de ritmo, sacudir desde afuera. El equipo de Nico y su cuñado manejó el trámite del partido. El Chacho se plantó en la mitad de la cancha, la recibía y pivoteaba la circulación de la redonda, de espaldas al arco contrario. Nico las corría todas adelante y te llevaba puesto. El zurdo jugaba en cámara lenta, la mostraba, la tocaba, y salía a buscar la devolución. Mareque, como viene sucediendo hace varios partidos, serio, concentrado, preciso, llegaba primero a las pelotas divididas. El Torito de Mataderos, al arco. Clavaron varias pepas limpias, después de que la toquen todos.
Del otro lado, con una versión de Riki algo adormecida, un Marce que quería hacerse cargo de la distribución de fútbol, y un Boxer todavía fumado, y mojado, de la extensa tarde de trabajo en el Merlo bonaerense, tuvo buenas y malas. Yo, corriendo mucho adelante, mostrándome, ofreciéndome, como opción, clavando alguna pepa. Seba, manso y tranquilo, al arco.
Se fueron moviendo las piezas, fuimos entrando todos al arco, algunos salieron del fondo y fueron a buscar su gol. Peyo metió un poco de velocidad, sus piernas flacas e impredecibles desacomodaron a más de uno. Ellos mantenían una diferencia de dos o tres goles. Hubo algunos goles de pizarrón, otros pasando la mitad de cancha, de rebote, de rope.
- Capo, no te enojas, ¿no me pasas un secador acá, que está lleno de agua? – Mareque, ni bien vio que el auxiliar agarraba el secador, un poco de mala gana, se le acercó, le pasó el brazo por encima del hombro y le agradeció una, dos veces.
Por ese costado de la cancha la pelota no se peleaba como del lado de la calle.
Fue cuando Riki sacó el león que lleva adentro que emparejamos el tanteador. A partir de ahí, los últimos veinte, ya sin piernas, el partido se jugó en lo anímico: dale, vamos ahora, apretemos, bien nene, dale, vamos de nuevo. A puro corazón clavamos un par de pepas y el resultado se quedó así, con dos o tres goles de diferencia a nuestro favor.
La figura sombría del Tío apareció en el vértice de la cancha, alguno lo miró y dijo: terminen cuando quieran. En ese momento terminó el partido. Iban una hora y cuarto de juego.

La noche terminó en un kiosco de la avenida San Juan: nos fumamos unos cigarros y hablamos entre risas de putas y drogas.
Cuando nos íbamos, Marce, antes de entrar en el Clio de Mareque, amenazó: quizás abra un blog que hable de nuestros partidos. Como se va a llamar, le tiró alguien. Tirando paredes, se escuchó, un segundo antes de que se cierre la puerta del auto, casi tan silenciosa como debía estar la canchita de Boedo a esa hora de la noche.

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